Hoy le
despedimos en Piquigua a Don Félix Vélez, el papá de Vilma y de toda la familia
Vélez, tan allegada a nosotros y tan colaboradora y participativa en las
comunidades y en la organización.
Murió con 88
años. Los últimos cinco años luchó duramente contra la enfermedad. El último
año la pasó haciendo diálisis y viajando a Chone tres veces a la semana.
En el
funeral, leí esta carta adjunta, que preparé para la despedida.
CARTA DE DON FÉLIX VÉLEZ CHUMO
EN SU DESPEDIDA
Piquigua, 21 de diciembre de 2018
Queridos
amigos:
Hoy
están reunidos ustedes porque he salido de este mundo para entrar en la casa de
mi Padre. En este momento quiero dejarles mi palabra, que les sirva como
consuelo y como camino a la felicidad.
Nací
aquí cerca, allá arriba, en aquellas lomas que se ven al fondo, en las
Cabeceras de Piquigua. Allí aprendí las cosas esenciales de la vida, junto a
mis padres, Segundo Rosario y Andrea Isaura, y junto a mis diez hermanos. No he
estudiado, sólo sé lo que enseña la vida. He vivido mis ochenta ocho años de
vida en estas tierras. Esta tierra, que va de Piquigua a Santa Teresa pasando
por el Progreso, ha sido mi maestra y mi universidad. Soy el montubio de las
lomas de Piquigua, de los esteros, de los senderos. Aquí aprendí a creer en
Dios como me enseñaron mis padres, con sencillez; mi fe es la fe de un
campesino, de un hombre de pueblo.
Siempre
me acompañaron Dios, la Virgen y los Santos, en mis correrías por estas tierras
y caminos. Y hoy siento su presencia y estoy contento.
Ya
sé que ustedes están tristes, pero les digo que yo estoy bien, he sido un
luchador, he alcanzado la meta que siempre busqué en la vida, he cumplido los
proyectos que me propuse; al final, estaba ya cansado y necesitaba dar este
paso. Me daba pena dejarles, pero, si me preguntan si tengo miedo, quiero
decirles que no tengo miedo, ¡carajo! Esa Palabra de Dios que siempre leíamos
en las reuniones, en mí ya se ha cumplido y ahora estoy satisfecho de estar más
cerca de Dios.
Sé
que mi separación es muy dura para ustedes, mi familia querida, pero quiero que
piensen en todo lo que hemos hecho juntos a lo largo de la vida, primero allá
arriba en las lomas de Piquigua y después en estos 51 años aquí abajo. Hemos
formado una gran familia, hemos compartido tantas cosas, con usted, mi amada
esposa Zeneida, siempre estuvimos juntos, hasta el último aliento de mi vida
usted sujetó mi cabecita, y con todos ustedes, mis queridos hijos: Porfirio,
Vilma, Galo, Edith, Ambrosio, Ramón, Detsy, Aníbal, Lucrecia, Nixon y José
Lucas, y con todas las parejas de ustedes, que se han ido uniendo a la familia.
Quizás, a veces, hemos tenido diferencias o pequeñas discusiones, cada uno
tenemos nuestro carácter. Pero, nos hemos querido.
¿Saben
lo que significa “FÉLIX”? Eso
significa: el dichoso, el afortunado, el que se considera feliz. Y sí
puedo decir que me siento afortunado con ustedes, mis hijos queridos. Mis
valores, mis sueños, han quedado sembrados en ustedes. Y, aún más, puedo decir
con satisfacción, que mi humilde liderazgo en la comunidad, no se ha terminado
hoy, 21 de diciembre de 2018. Hoy “Don
Félix”, “el abuelito Félix”, como ustedes me decían, se ha multiplicado. Me
siento dichoso porque este liderazgo de servicio a la comunidad, lo siguen
ustedes, mis nietos, mis 46 nietos, y también ustedes, mis 63 biznietos y mis 3
tataranietos.
A
mí me pasa lo que al anciano Simeón,
que hemos escuchado en la Palabra de Dios, que cuando tomó al niño Jesús en sus
brazos, tembló de alegría, porque Simeón era un “abuelito” que confiaba mucho
en los jóvenes. Y les puedo decir que “al
abuelito Félix” también le vibra el corazón viendo que ustedes están siendo
continuadores de las semillas de servicio a la comunidad y a la iglesia y de
compromiso con el pueblo, que sembramos, junto con Zeneida, en todos ustedes.
Todos
los domingos nos reuníamos en familia,
¿verdad? En todos los momentos especiales del año, nos concentrábamos todos, en
Navidad, en Año Nuevo, en Semana Santa, el día del Padre y de la Madre, el día
de los Difuntos. Así pasábamos, comiendo todos juntos, poniendo los platos en
unas grandes hojas de guineo, leyendo la Palabra de Dios, tratando de los
asuntos de la familia y de la comunidad. Por eso, el liderazgo que les dejo es
un liderazgo de unión. Ustedes van a ser fuertes, si se apoyan todos y
permanecen unidos.
Los
tiempos están complicados. Hoy surgen muchos líderes, pero lo único que dejan
entre nosotros es desunión y decepción. Mis queridos hijos, nietos y biznietos,
yo voy a hacer como dice el Profeta
Ezequiel: voy a poner en ustedes un corazón
nuevo, voy a arrancar el corazón de piedra y poner un corazón de carne. No olviden que me llamo Félix y que lo que quiero de ustedes no es que sean más importantes
que nadie, sino que sean capaces de hacer felices a los demás y se sientan
dichosos conviviendo en familia y en comunidad con los demás.
Me
tocó hacer el inicio y poner en marcha, junto con otros vecinos, muchas de las
cosas que tenemos en la comunidad:
la escuela, el colegio, la capilla, el cementerio. ¡Cuántos esfuerzos,
reuniones, viajes y comisiones! También iniciamos la comunidad cristiana hace 44 años, formamos la bodega, el
botiquín. Cuando leíamos la Palabra de Dios, me decían los compañeros: Don
Félix haga usted el inicio de la reflexión, y luego seguimos nosotros.
Bueno,
amigos de Piquigua, hoy 21 de diciembre de 2018, yo ya hice el inicio. Ahora sigan ustedes.
Quiero
decirles que soy como ese grano de trigo,
que dice el evangelio: muchas cosas han quedado sembradas. Hoy, yo soy esa
semilla. Durante 88 años preparé la tierra como supe, me gustaba cultivar,
sembrar café, criar ganado, y, hasta ahora, al final, cuando ya estaba enfermo,
tomaba mi saquillo y me iba a coger café. No me gustaba hacer mal a nadie, no
he tenido enemigos. Así he preparado la tierra. No he adquirido títulos: sólo
sé hacer bien las cosas de cada día, siempre con el mejor humor. Con lo buena
que es la tranquilidad, para que complicarse la vida por nada, ¡carajo!, como
decía el abuelito. Es mucho más sano: escuchar música en la radio, tocar un
rato la guitarra, un juego de naipes, unas bromas, unas risas…, y a seguir la
vida.
Yo
no quería morirme. Quería vivir.
Siempre he sido un luchador. Sólo cuando el dolor me ha superado y veía que las
cosas se complicaban demasiado y era un trastorno, he dicho: “Ya vale, Señor,
hasta aquí he llegado, ya quiero que me lleves”. A la vida no te puedes agarrar
tanto, tanto, hasta llegar a hacerte inmortal. Todos tenemos un día y una hora.
Hoy es mi día.
He
soñado con mi funeral. Era antes de la Navidad. Había una iglesia en
construcción, donde estaba reunida mucha gente. Yo no tenía sensación de
angustia sino de alegría. Mi alegría es ésta: lo que les he contado, la vida
sembrada, cada pequeña cosa hecha con mucho amor. Mi alegría son ustedes, cada
uno de mis 123 descendientes. Con esto me presento ante Dios: con estas
pequeñas cosas y con los nombres de ustedes. Le llevo a Dios sus nombres, mi
familia querida, mis amigos queridos, mis piquigüeños queridos, los llevo
grabados en mi corazón
Esten
alegres. No vengo vacío. No vengo vacío al surco donde voy a ser sembrado. Como
dice mi nombre, he sido un hombre tranquilo, un abuelito feliz. He tenido
una vida de sencillez, eso parece que es poco, pero es muchísimo. No estén
tristes, me voy en buena compañía, como dice la canción:
Llenos de Dios vamos los hombres,
llenos de Dios y sin saberlo,
como los ríos por los campos
van llenos de cielo.
Yo
les espero en esta orilla, donde ya he llegado. No tengan corazones de piedra,
sean profundamente humanos y cordiales. Sean como el “abuelito Simeón”, felices porque el niño Dios está con ustedes,
está en sus brazos. Y, de vez en cuando, levanten los ojos y vean en el cielo
al “abuelito Félix” y bríndenme una
sonrisa.
Félix
Vélez Chumo