A pesar de que el recorrido es profundo y
las vivencias intensas, Leonardo Lizana se toma su tiempo, para informarnos de
sus experiencias e impresiones por Rwanda.
Adjuntamos fotos.
DESDE RWANDA, Leonardo Lizana (2)
26-julio-2017
DOS NUEVAS CARAS DE RWANDA
Me ha despertado una sorpresiva lluvia esta mañana, un nuevo amanecer,
comienza una nueva jornada. Todo lo vivido recorre las estrechas calles de mi
memoria. Una vez terminado el desayuno y luego de una profunda conversación
sobre los proyectos solidarios, la vida en comunidad y los desafíos que emergen de
esta realidad, las imágenes de estos últimos días siguen desfilando ante mí.
Entro a la inmensa iglesia parroquial y me propongo a dejar caer las letras que
dibujen lo que han sido estos días.
Luego de un lunes de entrevistas a quienes forman parte de la escuela de Kayenzi, ayer martes, las
hermanas, que me han acogido como a un hijo, me han invitado a dar un paseo por el país. Es una gran oportunidad para seguir descubriendo los
secretos de esta tierra y de su gente. El destino, el lago Kivu, en el extremo oeste,
ya cerca de la frontera con Congo, pero antes una parada en Rususa para conocer
una nueva comunidad y una escuela que las hermanas llevan en ese lugar.
Debo decir que esta comunidad que me ha acogido está compuesta por seis hermanas
rwandesas y una española que actualmente está en Madrid. Las hermanas Godelene,
Françoise, Priscilla, Donatta, Edithe y Janviere conocen de primera mano la
realidad de esta tierra, ellas me han ayudado a conocer esta cultura y me han
deslumbrado con su seriedad a la hora de trabajar, con su alegría para
compartir la fraternidad y con su testimonio de entrega abnegada por la
edificación de una Rwanda mejor. Es admirablemente verlas trabajar y es
reconfortante compartir la mesa. Me siento privilegiado de estar en medio de
ellas. Recuerdo la película de Oscar Romero y esa imagen dónde, sentado a la
mesa con las religiosas, cantan y comparten con sencillez y alegría prolongando
así la eucaristía.
Ayer, a las seis de la mañana salimos de Kayenzi. A esa hora ya todo el
mundo trabaja, todos caminan cargando sus herramientas, sus mercaderías,
llevando sobre sus cabezas el peso de una vida que madrugada para hacerse dura
y sacrificada para la gran mayoría. Donde se mire se ven personas y, aunque los
caminos son llenos de curvas, siempre hay alguien caminando por el costado del
camino. Niños a la escuela y muchos al trabajo, niños descalzos y llevando
sobres sus cabezas cargas de leña, pasto o bidones tanto o más grandes que
ellos mismos. Comienzo a descubrir una nueva cara de esta esta Rwanda que amanece.
Hace poco les contaba de la riqueza humana de este pueblo. Hoy, aún
conmovido, les cuento de ese nuevo rostro que he visto a la vera del camino. Es el
rostro más crudo, un rostro sufriente, carente de medios materiales, de
oportunidades y que, sin embargo, quiere vencer la dureza de esta vida. Vi de
todo, ojala pudiera contarles tantas cosas que vi, pero me han conmovido los
niños muy pequeños que desde muy temprano están picando piedras, me han
estremecido sus pies descalzos, sus rostros desde los que no despega una
sonrisa, sus miradas pérdidas, su escasa vestimenta. Son tan pequeños, están
tan delgados y llevan tanto peso. Son tan frágiles y tienen las manos duras de
tanto darle golpes a la piedra. Como ellos, jóvenes, adultos y ancianos, todos
trabajan muy duro. Aún los veo cargados, haciendo fuerza, exprimiendo la tierra
para sacar el sustento. Llorando le pido perdón a Dios por mi cuerpo descansado
y mi pan seguro. Y pienso en los niños de nuestra escuela de Kayenzi y recuerdo
que la educación es el camino para romper el círculo de la pobreza y
que todo el esfuerzo de nuestra gente de Kuartango, Ribera Alta y Urkabuztaiz hace posible un nuevo amanecer para un sector de los rwandeces.
Es mucho lo que podría contarles, pero esta nueva cara de Rwanda se mezcla
con otra, la de la exuberante belleza natural. Que hermosa es está tierra, el día que Dios hizo los
montes seguro se divirtió mucho trazando esta loca y hermosa geografía. Con
razón se le llama el país de las mil colinas, pasamos por una región montañosa y el paisaje era
sobrecogedor. Allí en una gran colina, como hormigas, filas de mujeres suben
para trabajar. El trigo, los plataneros, las plantaciones de té van tejiendo mantos
de colores sobre estos montes que acaricia el viento y que deleitan la mirada.
Dos nuevas caras se suman a la cara de la riqueza humana: la pobreza material y
la belleza natural.
En Rususa llegamos al recinto
parroquial dónde está el templo, la casa de los curas, la escuela y el
dispensario. Justamente, saliendo del dispensario, encontramos al párroco del
lugar llamado Denys. Nos saluda con un triple abrazo, nos da la bienvenida y,
con una sonrisa grande, nos invita a conocer ese dispensario que me parece todo
un hospital. Salimos de ahí rumbo a la escuela. Me sorprende ver a tres jóvenes
con sus trajes tan blancos como su piel. Son Paloma, Carlos y Carlos, tres
jóvenes dentistas de Madrid que están haciendo voluntariado en este lugar. Nos
alegramos del encuentro compartimos impresiones de lo que hemos visto.
Las monjas llevan la escuela. Lo primero que noto es la enorme diferencia
entre esta escuela y la de Kayenzi. Aquí todo es precario. Con alegría me
invitan a tomar un café y con tristeza me cuentan que la casa en la que estamos
es prestada. Aquí las monjas viven con lo justo. Salimos y me voy a despedir de
Denys, pero no me deja irme sin que pase a su casa, allí están Patrick, Flavian
y Jean de la Croix. Todos sacerdotes que en dos tiempos me arman una pequeña
fiesta de bienvenida. Son increíbles aquí, aunque no te hayan visto antes te
acogen con gran cariño.
Después de mucho viajar llegamos al lago Kivu y vamos al sector de Kigufi dónde es un verdadero paraíso. Una belleza natural única siempre unida a
la pobreza material. No entro en detalles, es mucho lo visto y vivido, solo
comparto algunas fotos, otras quedarán grabadas para siempre en mi corazón.
Estoy emocionado. Esta tarde iremos a Mugina. Allí, un atardecer de un 10 de junio le arrebataron la vida al misionero
vasco Isidro Uzkudun. Un hombre normal que fue capaz de entregarse hasta la muerte por este
pueblo, por esta gente. Quiero rezar ante su tumba y, de esa forma, acercarme
un poquito a ese espíritu que hizo que tantas y tantos del país vasco dejarán
la hermosa tierra de Euskadi para dignificar la vida de los pueblos por medio
de las misiones diocesanas. Me siento bendecido de ir a Mugina y acercarme al
espíritu de los misioneros.
Kaixo, Hola, Leonardo: Leyendo tus entrañables notas-instantáneas de viaje rwandés, he revivido un poco experiencias vividas por aquellas tierras. Me alegra enormemente todo lo que nos cuentas, en especial que, aun con tantas penurias, los rwandeses, chicos y grandes, siguen sonriendo y brindando acogida. Que los compartas y nos los trasmitas con todo el corazón.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo a Isidro y a las Hermanas de la Caridad de Santa Ana, que espero encontrarás por Mugina... y a toda aquella buena gente que en su momento me acogió con todo el corazón.
Bihotz bihotzez
Javier Mz. de Aramaiona - Vitoria-Gasteiz