miércoles, 26 de julio de 2017

DESDE RWANDA, Leonardo Lizana (2)

A pesar de que el recorrido es profundo y las vivencias intensas, Leonardo Lizana se toma su tiempo, para informarnos de sus experiencias e impresiones por Rwanda.
Adjuntamos fotos.

DESDE RWANDA, Leonardo Lizana (2) 
26-julio-2017

DOS NUEVAS CARAS DE RWANDA
Me ha despertado una sorpresiva lluvia esta mañana, un nuevo amanecer, comienza una nueva jornada. Todo lo vivido recorre las estrechas calles de mi memoria. Una vez terminado el desayuno y luego de una profunda conversación sobre los proyectos solidarios, la vida en comunidad y los desafíos que emergen de esta realidad, las imágenes de estos últimos días siguen desfilando ante mí. Entro a la inmensa iglesia parroquial y me propongo a dejar caer las letras que dibujen lo que han sido estos días.
Luego de un lunes de entrevistas a quienes forman parte de la escuela de Kayenzi, ayer martes, las hermanas, que me han acogido como a un hijo, me han invitado a dar un paseo por el país. Es una gran oportunidad para seguir descubriendo los secretos de esta tierra y de su gente. El destino, el lago Kivu, en el extremo oeste, ya cerca de la frontera con Congo, pero antes una parada en Rususa para conocer una nueva comunidad y una escuela que las hermanas llevan en ese lugar.
Debo decir que esta comunidad que me ha acogido está compuesta por seis hermanas rwandesas y una española que actualmente está en Madrid. Las hermanas Godelene, Françoise, Priscilla, Donatta, Edithe y Janviere conocen de primera mano la realidad de esta tierra, ellas me han ayudado a conocer esta cultura y me han deslumbrado con su seriedad a la hora de trabajar, con su alegría para compartir la fraternidad y con su testimonio de entrega abnegada por la edificación de una Rwanda mejor. Es admirablemente verlas trabajar y es reconfortante compartir la mesa. Me siento privilegiado de estar en medio de ellas. Recuerdo la película de Oscar Romero y esa imagen dónde, sentado a la mesa con las religiosas, cantan y comparten con sencillez y alegría prolongando así la eucaristía.
Ayer, a las seis de la mañana salimos de Kayenzi. A esa hora ya todo el mundo trabaja, todos caminan cargando sus herramientas, sus mercaderías, llevando sobre sus cabezas el peso de una vida que madrugada para hacerse dura y sacrificada para la gran mayoría. Donde se mire se ven personas y, aunque los caminos son llenos de curvas, siempre hay alguien caminando por el costado del camino. Niños a la escuela y muchos al trabajo, niños descalzos y llevando sobres sus cabezas cargas de leña, pasto o bidones tanto o más grandes que ellos mismos. Comienzo a descubrir una nueva cara de esta esta Rwanda que amanece.
Hace poco les contaba de la riqueza humana de este pueblo. Hoy, aún conmovido, les cuento de ese nuevo rostro que he visto a la vera del camino. Es el rostro más crudo, un rostro sufriente, carente de medios materiales, de oportunidades y que, sin embargo, quiere vencer la dureza de esta vida. Vi de todo, ojala pudiera contarles tantas cosas que vi, pero me han conmovido los niños muy pequeños que desde muy temprano están picando piedras, me han estremecido sus pies descalzos, sus rostros desde los que no despega una sonrisa, sus miradas pérdidas, su escasa vestimenta. Son tan pequeños, están tan delgados y llevan tanto peso. Son tan frágiles y tienen las manos duras de tanto darle golpes a la piedra. Como ellos, jóvenes, adultos y ancianos, todos trabajan muy duro. Aún los veo cargados, haciendo fuerza, exprimiendo la tierra para sacar el sustento. Llorando le pido perdón a Dios por mi cuerpo descansado y mi pan seguro. Y pienso en los niños de nuestra escuela de Kayenzi y recuerdo que la educación es el camino para romper el círculo de la pobreza y que todo el esfuerzo de nuestra gente de Kuartango, Ribera Alta y Urkabuztaiz hace posible un nuevo amanecer para un sector de los rwandeces.
Es mucho lo que podría contarles, pero esta nueva cara de Rwanda se mezcla con otra, la de la exuberante belleza natural. Que hermosa es está tierra, el día que Dios hizo los montes seguro se divirtió mucho trazando esta loca y hermosa geografía. Con razón se le llama el país de las mil colinas, pasamos por una región montañosa y el paisaje era sobrecogedor. Allí en una gran colina, como hormigas, filas de mujeres suben para trabajar. El trigo, los plataneros, las plantaciones de té van tejiendo mantos de colores sobre estos montes que acaricia el viento y que deleitan la mirada. Dos nuevas caras se suman a la cara de la riqueza humana: la pobreza material y la belleza natural.
En Rususa llegamos al recinto parroquial dónde está el templo, la casa de los curas, la escuela y el dispensario. Justamente, saliendo del dispensario, encontramos al párroco del lugar llamado Denys. Nos saluda con un triple abrazo, nos da la bienvenida y, con una sonrisa grande, nos invita a conocer ese dispensario que me parece todo un hospital. Salimos de ahí rumbo a la escuela. Me sorprende ver a tres jóvenes con sus trajes tan blancos como su piel. Son Paloma, Carlos y Carlos, tres jóvenes dentistas de Madrid que están haciendo voluntariado en este lugar. Nos alegramos del encuentro compartimos impresiones de lo que hemos visto.
Las monjas llevan la escuela. Lo primero que noto es la enorme diferencia entre esta escuela y la de Kayenzi. Aquí todo es precario. Con alegría me invitan a tomar un café y con tristeza me cuentan que la casa en la que estamos es prestada. Aquí las monjas viven con lo justo. Salimos y me voy a despedir de Denys, pero no me deja irme sin que pase a su casa, allí están Patrick, Flavian y Jean de la Croix. Todos sacerdotes que en dos tiempos me arman una pequeña fiesta de bienvenida. Son increíbles aquí, aunque no te hayan visto antes te acogen con gran cariño.
Después de mucho viajar llegamos al lago Kivu y vamos al sector de Kigufi dónde es un verdadero paraíso. Una belleza natural única siempre unida a la pobreza material. No entro en detalles, es mucho lo visto y vivido, solo comparto algunas fotos, otras quedarán grabadas para siempre en mi corazón.
Estoy emocionado. Esta tarde iremos a Mugina. Allí, un atardecer de un 10 de junio le arrebataron la vida al misionero vasco Isidro Uzkudun. Un hombre normal que fue capaz de entregarse hasta la muerte por este pueblo, por esta gente. Quiero rezar ante su tumba y, de esa forma, acercarme un poquito a ese espíritu que hizo que tantas y tantos del país vasco dejarán la hermosa tierra de Euskadi para dignificar la vida de los pueblos por medio de las misiones diocesanas. Me siento bendecido de ir a Mugina y acercarme al espíritu de los misioneros.











1 comentario:

  1. Kaixo, Hola, Leonardo: Leyendo tus entrañables notas-instantáneas de viaje rwandés, he revivido un poco experiencias vividas por aquellas tierras. Me alegra enormemente todo lo que nos cuentas, en especial que, aun con tantas penurias, los rwandeses, chicos y grandes, siguen sonriendo y brindando acogida. Que los compartas y nos los trasmitas con todo el corazón.
    Un fuerte abrazo a Isidro y a las Hermanas de la Caridad de Santa Ana, que espero encontrarás por Mugina... y a toda aquella buena gente que en su momento me acogió con todo el corazón.
    Bihotz bihotzez
    Javier Mz. de Aramaiona - Vitoria-Gasteiz

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