DESDE RWANDA, Leonardo
Lizana (3)
29 -
julio - 2017
MUGINA
Desde
que JuanRa
Etxebarria Borobia hizo caer en mis manos el libro "Un
atardecer de junio", y después de que visitamos juntos a Juan Cruz
Juaristi en su natal Zarautz, uno de los deseos grandes de este viaje a Rwanda ha
sido conocer Mugina. En esta localidad rwandesa, los hijos de la violencia le
arrebataron la vida al misionero vasco Isidro Uzkudun, fue en ese poblado dónde
su entrega, por este pueblo y por esta gente, llegó hasta el extremo. ¡¡¡Qué
gran testimonio!!!
"Está
tarde vamos a Mugina, a las dos en punto, Pacific nos llevará", dice la hermana
Janviere y a mí me entra una mezcla de alegría y entusiasmo que me acelera el
corazón, ya me imagino ante la tumba de Isidro, que lo único que sé, es que
esta en la Iglesia parroquial. Pocos minutos antes de las dos salgo de mi
habitación esperando ver a Pacific con todo dispuesto para nuestro viaje. Sin
embargo, sólo veo a la hermana Janviere, quien, con rostro preocupado, me
explica que Pacific no vendrá, pero que ha llamado al taxi para que nos lleve.
Aún no terminamos de hablar cuando dos motos llegan a la puerta de la casa. "Ha
llegado el taxi", me indica la hermana y yo espero esa risa que
acompaña a toda broma, pero no hay risa porque no es broma, esas motos son el
taxi y ya es hora de partir. Comienza a soplar el viento de la aventura.
Saludo
al taxista-motorista, su nombre es Adrien, es bajo de estatura y la moto me
parece tan pequeña como él. Me pasan una casaca porque me advierten que habrá
mucho polvo, y todos ríen cuando ésta apenas me cruza, hay que ponerse el
casco, que también apenas me entra. Todo es risas, subo a la moto y salimos al
camino.
A
poco andar se nos atraviesa un cerdo y Adrien comienza a demostrar su
experticia como motorista, en una curva cerrada el espejo de una furgoneta casi
me roza el hombro, pero seguimos firmes, más adelante atravesamos por en medio
de unas vacas, de pronto aparece una cuesta muy pronunciada y algo murmura el
taxista, estoy seguro que dijo "hasta aquí no más llegamos", a
pesar de la generosa contribución de peso que aporta el pasajero, logramos
subir la cuesta. Desde lejos la gente que nos ve comienza a reír, si es como si
un niño llevará un ternero en moto.
Poco
a poco comienzo a disfrutar del viaje, los paisajes, los olores, los colores y
la mucha gente. Me doy cuenta que estoy viendo en vivo y en directo las pinturas
africanas de JuanRa y siento que voy como sobrevolando por una galería
de arte, donde se armoniza la luz, la belleza, las figuras y todo conjugado por
llamativos colores. ¡¡¡Qué maravilla es ver todo esto!!! ¡¡¡Qué bendición estoy
viviendo!!! Una extraña felicidad se apodera de mí y sigo disfrutando de la
libertad y adrenalina que la velocidad nos da.
Una
hora de moto y llegamos a Mugina. Lo primero que veo es el templo parroquial y
un memorial a las víctimas del genocidio de 1994. Ya se siente una atmósfera
especial. Solo bajar de la moto y la hermana Clarisse, de las hermanas de Santa
Ana, corre con los brazos abiertos para recibirnos, nos invita a la casa donde
nos esperan María Dolores, Perpetua y Agnes, que vivió con Isidro y estuvo allí
la noche de su muerte. La conversación con Agnes es sobrecogedora, con
elocuencia nos sumerge en esa oscura noche del 10 de junio del año 2000. De una
forma viva nos habla del dolor, la tristeza y el miedo de esa noche, se nos
aprieta el corazón. Por la ventana, entra fuerte el exótico canto de un pájaro
que le da a nuestra conversación un tono idílico. Se nos conmueve el corazón
ante este testimonio.
Es
bonita esa paz que transmite Agnes, recuerda con tanto cariño a los misioneros
con los que compartió que nos da un respiro a tanta emoción. Recuerda a José
Antonio Pagola y sus palabras de paz, perdón y esperanza en el funeral de
Isidro. "Vamos a la tumba de Isidro", dice Dolores y dejamos
la casa y caminamos al templo dónde nos encontramos con Celso, el actual
párroco de Mugina.
Ante
la tumba de Isidro nos embarga un profundo silencio. Su testimonio hace
superflua cualquier palabra. Sin embargo, mi corazón balbucea algunos latidos
que dicen, más o menos así:
“Isidro,
nací en un lugar muy lejano, cerca del fin del mundo, en una tierra a la que,
por mucho tiempo, se le llamó el nuevo mundo. Hace dos años llegue a vivir a tu
tierra y a tu gente, Euskadi me ha acogido como a un hijo y me ha maravillado
con la pureza de sus verdes paisajes, con la infinitud de sus costas y sinuosa
geografía, pero por sobre todo, me ha maravillado con la calidez de nuevas
amigas y amigos. Hoy estoy aquí, en esta tierra en que diste la vida. He venido
porque la fuerza de la justicia y la solidaridad sigue latiendo en muchos
corazones y de una manera particular en los pueblos alaveses de Kuartango,
Ribera Alta y Urkabuztaiz. Ellos me han enviado y yo he querido venir porque he
sido testigo de su fuerza y empeño por la solidaridad, estos días he visto con
mis propios ojos los frutos de años de trabajo solidario y queremos seguir
trabajando. Somos esos que tienen hambre y sed de justicia y queremos hacer
realidad las palabras de Jesús de Nazaret que acompañan tu lápida ´porque
tuve hambre y me diste de comer, estuve desnudo y me vestiste´. Dile al
buen Dios que nos ayude para que no decaigamos en nuestro trabajo solidario”.
Para
finalizar, sobre el vidrio polvoriento de su tumba dibujo una Ikurriña y
salimos en dirección a la casa donde murió Isidro. Celso, generosamente nos
invita a conocer la casa y el lugar donde la muerte violenta exaltó una vida de
paz. En la casa y ante la habitación nos envuelve un solemne silencio. Luego
vamos a la escuela San Ignacio y es profundamente consolador ver a tantos
jóvenes jugando volleyball, basketball y paseando por esas hermosas
instalaciones. Se respira un ambiente de paz, desarrollo y bienestar que
renueva el deseo y el compromiso por nuestra escuela de Kayenzi.
Luego
de un día de hondas vivencias se me hace imperativo el esfuerzo y el trabajo
por la solidaridad. Se me despierta el deseo grande de vivir la verdadera
aventura que no es otra que dar la vida entera a ejemplo de tantas y tantos que
con su trabajo abnegado día a día construyen un mundo mejor. Quisiera que
muchas y muchos se sumaran a esta aventura. Nuevamente me nace decir BETI AURRERA!!!
Siempre adelante!!!
Desde
Rwanda, con cariño, un abrazo sincero y mi gratitud por acompañarme en este
camino.
Gracias, muchas gracias por recordarnos a Isidro, este buen amigo. Oremos por él
ResponderEliminarmuy emocionante!!!!!gracias!!!!!
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